La Pregunta Más Importante que Te Puedes Hacer Hoy
Todo el mundo quiere sentirse bien. Todo el mundo quiere vivir sin preocupaciones, feliz; todos quieren enamorarse, disfrutar del mejor sexo y la mejor pareja; parecer perfecto, ganar mucho dinero, ser muy popular, respetado y admirado; tanto como para que la gente abra paso al verte aparecer.
Todo el mundo quiere eso. Es fácil quererlo.
Si te pregunto «¿qué es lo que buscas en esta vida?» y tú contestas algo así como «quiero ser feliz, tener una familia perfecta y un trabajo que me guste», la respuesta resulta tan general que en realidad no significa nada.
No pasa nada porque todo el mundo quiera lo mismo. Pero yo me pregunto, ¿a qué precio?, ¿por qué estás dispuesto a luchar? Para mí, esa es la clave que determina nuestras vidas.
Todo el mundo quiere tener un trabajo genial y además gozar de independencia económica, pero no todos están dispuestos a sacrificarse 60 horas semanales sufriendo turnos muy duros, papeleos interminables, un corporativismo injusto y esa insoportable reclusión en un cubículo infernal. La gente quiere ser rica sin correr riesgos, aguantando lo justo para poder acumular la riqueza que considere necesaria.
Todo el mundo quiere tener relaciones sexuales espectaculares y una pareja perfecta, pero no todos están dispuestos a hacer frente a la falta de comunicación, a los silencios incómodos, a los sentimientos hirientes y al psicodrama emocional en general que conllevan dichas relaciones. Así que todos nos acomodamos y nos preguntamos «¿y qué?», y así seguimos años y años hasta que la pregunta pasa del «¿y qué?» al «¿por qué?» Ese es el momento en el que un hombre de negocios que vuelve a casa y se encuentra con el cheque de la pensión alimenticia en el correo se pregunta «¿para qué ha servido todo esto?»
Resulta que la felicidad requiere una lucha. El dolor sólo puede evitarse durante un tiempo; luego siempre vuelve.
En el fondo, casi todos los humanos compartimos más o menos los mismos buenos sentimientos. Por tanto, nuestro recorrido vital no se ve determinado por los buenos sentimientos que deseamos, sino por qué malos sentimientos estamos dispuestos a soportar.
Hemos escuchado mil veces que todo lo bueno requiere un esfuerzo, que las cosas buenas que logramos en la vida se definen por el sufrimiento y la lucha que conllevan. Y así sucede.
La gente quiere tener un físico envidiable. Sin embargo, no lo consigues hasta que no te acostumbras a convivir con el dolor y el estrés físico que implica una vida en el gimnasio, hora tras hora; hasta que no te acostumbras a calcular y evaluar todo lo que comes, llegando a basar tu vida en porciones de comida contenidas en un platito de postre.
La gente quiere abrir su propio negocio y llegar a ser económicamente independiente. Pero no podrás convertirte en un emprendedor de éxito a menos que consigas llegar a amar el riesgo, la incertidumbre, los intentos fallidos y los fracasos; a menos que dediques horas y horas de trabajo a algo que no sabes si saldrá adelante o no. Algunas personas son adictas a este tipo de sufrimiento. Son los que logran el éxito.
La gente quiere tener novio o novia. Sin embargo, es imposible que atraigas a gente interesante si no aceptas las turbulencias sentimentales que van ligadas a los rechazos, a la tensión sexual no resuelta y a las noches en vela esperando que esa persona te llame. Es parte del juego amoroso. Si no juegas, no ganas.
Tu éxito lo determina la cantidad de dolor que estés dispuesto a soportar
La semana pasada escribí en un artículo que siempre me ha gustado la idea de ser surfero, pero que nunca he llevado a cabo un esfuerzo constante para lograrlo. Lo cierto es que no disfruto del dolor que me provoca el estar nadando hasta que no siento los brazos, ni de que me entre agua en la nariz continuamente. No está hecho para mí. Los beneficios que me reporta no son comparables con el precio que estoy dispuesto a pagar por ello. Y no pasa nada.
Por el contrario, a lo que sí estoy dispuesto es a vivir colgado de una maleta, a chapurrear en un idioma extranjero durante horas mientras intento comprarme un móvil, a perderme una y otra vez en ciudades que no conozco. Este es el tipo de estrés del que disfruto. Este es el sufrimiento que me apasiona.
Muchos consejos típicos de los libros de autoayuda afirman que «querer es poder». Pero esto sólo es cierto en parte; todo el mundo quiere algo, y no todo el mundo lo tiene. No están siendo sinceros consigo mismos sobre qué quieren a toda costa.
Si quieres obtener beneficios, debes saber que eso también implica costes. Si quieres tener unos abdominales marcados, tendrás que soportar las agujetas, los madrugones y pasar hambre a veces. Si quieres tener un yate, tendrás que aguantar el trabajo duro, los riesgos e incluso pisotear a algunas personas.
Si te das cuenta de que llevas meses y hasta años buscando algo que nunca llega a ocurrir, puede que sólo sea una fantasía, una idealización o una falsa promesa. O puede que no lo quieras de verdad.
Por tanto, mi pregunta es la siguiente: ¿Cuánto estás dispuesto a sufrir? Porque tienes que decidirte por algo. No existe una vida sin sacrificios; no todo es un camino de rosas. Esa es la cuestión. En cambio, el placer no constituye una cuestión en sí, ya que la mayoría ofrecemos la misma respuesta a esa pregunta.
Entonces, ¿cuánto dolor estás dispuesto a soportar? Esta pregunta es la clave que puede cambiar tu vida. Lo que hace que tú seas tú y yo sea yo. Lo que nos define, lo que nos separa y lo que finalmente nos une.
Traducción de Marina Velasco Serrano.